jueves, 16 de junio de 2011

¿Qué significa ser antifilósofo?

“Burlarse de la filosofía es pensar verdaderamente” ya decía Pascal en sus Pensamientos, gran obra póstuma publicada en 1670. Siendo él mismo uno de los más grandes dialécticos de su época (sumando también a eso su  agudeza en el uso de la lógica que le valía la admiración de sus contemporáneos) ha de permitirse por tanto una aseveración de este tipo, ¿pero no es la dialéctica y la lógica aquello más menospreciado por los que tienen cierta actitud antifilosófica? Probablemente sí, pero tengo la impresión de que si se quiere hacer antifilosofía no podemos desprendernos de aquellas herramientas propias de la filosofía, más bien las hemos de usar en un sentido opuesto. Pero esto plantea un problema: ¿Cuál es el objetivo que le da sentido a la filosofía? Quizás sea bueno partir reconociendo que el concepto de antifilosofía se comenzó a gestar durante la Ilustración, contraponiéndose a aquellos que creían que el uso de la razón en cuanto libre era la única herramienta que aseguraría la emancipación del hombre, dándole el título de máximo tribunal al momento de determinar la validez de cualquier discurso, ya fuese político, ético, religioso, etc. Bajo esta idea entonces reconocemos que la antifilosofía ha de desbaratar esta tradición ilustrada, y podemos encontrar a lo largo de la historia un no menos importante número de pensadores que terminarán siendo considerados antifilósofos por su incansable tarea contra la adoración de la razón. Y cierto es que estos son tan variados que si nos damos cuenta termina siendo un verdadero problema el delimitar filosofía y antifilosofía. Podemos nombrar así a Pascal, Kierkegaard, Althusser, Nietzsche, Wittgenstein, Lacan, etc. cada uno ha de tener su innegable cuota de antifilosofía. Pero quizás los aspectos más distintivos de un antifilósofo han de ser: primero, cierta indiferencia ante la categoría de verdad, y segundo, la búsqueda por sustituir el acto de pensar por un nuevo acto radical.
La filosofía no ha hecho más que reprimir el espíritu del sujeto, atándolo a categorías, métodos y un sinfín de artimañas que le impiden desenfocarse de aquel objetivo carcelario que es la verdad, por esto, el acto radical del antifilósofo ha de ser siempre inmanente y nunca se ha de justificar desde un orden teórico, por ello es común que él escriba de manera fragmentaria o en nuevas formas de escritura. Esto no significa que la antifilosofía sea a-sistemática, no es esa la distinción fundamental entre filosofía y antifilosofía, sería más pertinente en cambio hacer una distinción de estilos. Para el caso de la primera podemos hablar de un estilo de tipo afirmativo que  va siempre unido a conceptos normativos. En cambio en la segunda el estilo expone la idea de la experiencia existencial crucial que determina a la razón y los conceptos, llevando la escritura a una mayor cercanía con lo literario y lo poético.

Ahora bien, se preguntarán a que se debe que escriba este breve comentario sobre antifilosofía para iniciar este humilde espacio en la web. La verdad es que no tengo motivos, no necesito motivos, pero me gusta pensar que es porque hoy se me vino a la cabeza la muerte de Emil Cioran, ya que el lunes que se acerca se conmemoran 16 años de aquel hecho, y es innegable que es él uno de los más grandes antifilósofos que ha dejado la historia, y si realmente la división entre la filosofía y antifilosofía no es más que un asunto de estilo, creo que en ese caso él es una eminencia a la hora de hablar sobre  ello. Cioran puso el dedo en la llaga de aquellos temas filosóficos largamente debatidos a través del tiempo con tan solo abordarlos desde su más profunda amargura, impregnando sus aforismos de una envidiable lucidez y de una agresividad visceral, pues escribió mezclando desesperación y estilo. Consideraba que existe una relación radical entre el ritmo fisiológico del hombre y su modo de escribir. El rumano agotó las posibilidades estéticas de sí mismo, hizo alarde de sus dudas y escalofríos con una intención indecisa entre la literatura y la filosofía devorándose así constantemente. En palabras de Savater, leer a Cioran es reasumir, una y otra vez, la experiencia de la vaciedad, lo que le da a su obra un estado de antigravidez y de liviandad  propicio para el autosarcasmo, la ironía y la sonrisa interior.

“El papel del pensador es retorcer la vida por todos sus lados, proyectar sus facetas en todos sus matices, volver incesantemente sobre todos sus entresijos, recorrer de arriba abajo sus senderos, mirar una y mil veces el mismo aspecto, descubrir lo nuevo solo en aquello que no haya visto con claridad, pasar los mismos temas por todos los miembros, haciendo que los pensamientos se mezclen con el cuerpo, y así hacer jirones la vida pensando hasta el final. ¿No resulta revelador de lo indefinible de la vida, de sus insuficiencias que solo los añicos de un espejo destrozado puedan darnos su imagen característica?”.

El ocaso del pensamiento

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