Encuentro el silencio ondulante de abril en tu aroma
la llegada de un segundo liviano y trascendental
en el que la habitación se impregna de caricias azules
buscando un adjetivo para la luz de tu cuerpo extendido
que me absorbe tácitamente en los colores de la tarde
mientras mis labios en su frenesí beben la anestesia dulce
de tus movimientos al compás del viento de tus ojos.
He buscado la lejana melodía que se esconde en una tarde fría
en el murmullo del humo de la chimenea cuando te extraño
en mis huesos, en tu cintura, en los brotes de nuestro techo
pero hay algo inconcretizable en la esencia de todo aquello
que se anida en ese espacio nuestro en donde Dios viene a rezar
tu pecho y el mio, mi boca y tu espalda, tus aves y mi ocaso
pues nos encontramos para formular el nuevo ritmo del mundo
siguiendo tus pasos en otoño, mis escalofríos cuando te acercas
y todo se torna un espejo dichoso de lo que creamos por las tardes
en la necesidad de extrañarnos en las esquinas semi-cálidas
replanteándonos la vida que se refugia en la unión de nuestras manos.
jugar a mirarnos, admirándonos mutuamente, descubriendo cómo es que el ocaso despierta el secreto de la divinidad por segundos en que no alcanzamos a desvelarlo, solo sonreír ante la grandeza de todo.
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