lunes, 27 de junio de 2011

Osario de Sedlec



Hasta la segunda mitad del siglo XV, o un poco más, reina sólo el tema de la muerte. El fin del hombre y el fin de los tiempos aparecen bajo los rasgos de la peste y de las guerras. Lo que pende sobre la existencia humana es esta consumación y este orden al cual ninguno escapa. La presencia que amenaza desde el interior mismo del mundo, es una presencia descarnada. Pero en los últimos años del siglo, esta gran inquietud gira sobre sí misma; burlarse de la locura, en vez de ocuparse de la muerte seria. Del descubrimiento de esta necesidad, que reducía fatalmente el hombre a nada, se pasa a la contemplación despectiva de esa nada que es la existencia misma. El horror delante de los límites absolutos de la muerte, se interioriza en una ironía continua; se le desarma por adelantado; se le vuelve risible; dándole una forma cotidiana y domesticada, renovándolo a cada instante en el espectáculo de la vida, diseminándolo en los vicios, en los defectos y en los aspectos ridículos de cada uno. El aniquilamiento de la muerte no es nada, puesto que ya era todo, puesto que la vida misma no es más que fatuidad, vanas palabras, ruido de cascabeles. Ya está vacía la cabeza que se volverá calavera. En la locura se encuentra ya la muerte. Pero es también su presencia vencida, esquivada en estos ademanes de todos los días que, al anunciar que ya reina, indican que su presa será una triste conquista. Lo que la muerte desenmascara, no era sino máscara, y nada más; para descubrir el rictus del esqueleto ha bastado levantar algo que no era ni verdad ni belleza, sino solamente un rostro de yeso y oropel. Es la misma sonrisa la de la máscara vana y la del cadáver. Pero lo que hay en la risa del loco es que se ríe por adelantado de la risa de la muerte; y el insensato, al presagiar lo macabro, lo ha desarmado. Los gritos de Margot la Folie vencen, en pleno Renacimiento, al "Triunfo de la Muerte", que se cantaba a fines de la Edad Media en los muros de los cementerios.
La sustitución del tema de la muerte por el de la locura no señala una ruptura sino más bien una torsión en el interior de la misma inquietud. Se trata aún de la nada de la existencia, pero esta nada no es ya considerada como un término externo y final, a la vez amenaza y conclusión. Es sentida desde el interior como la forma continua y constante de la existencia. En tanto que en otro tiempo la locura de los hombres consistía en no ver que el término de la vida se aproximaba, mientras que antiguamente había que atraerlos a la prudencia mediante el espectáculo de la muerte, ahora la prudencia consistirá en denunciar la locura por doquier, en enseñar a los humanos que no son ya más que muertos, y que si el término está próximo es porque la locura, convertida en universal, se confundirá con la muerte. Esto es lo que profetiza Eustaquio Deschamps:

Son cobardes, débiles y blandos,
viejos, codiciosos y mal hablados.
No veo más que locas y locos;
el fin se aproxima en verdad,
pues todo está mal.


Los elementos están ahora invertidos. Ya no es el fin de los tiempos y del mundo lo que retrospectivamente mostrará que los hombres estaban locos al no preocuparse de ello; es el ascenso de la locura, su sorda invasión, la que indica que el mundo está próximo a su última catástrofe, que la demencia humana llama y hace necesaria.

 Historia de la locura en la época clásica, Michel Foucault (Fragmento)

sábado, 18 de junio de 2011

Morning blue


En este momento el invierno que nos quema
Se extiende sobre un papel viejo y arrugado
Intentando encontrar tú aroma en la memoria de las tardes
Que dejan de brillar en tu ausencia que se hace sombra
Mientras mis labios se secan musitando tu suave nombre
Esperando besar sin sofrenarme los detalles de tu blanca espalda
Justo ahora que tengo tu recuerdo claroscuro
Como si fueses una dama de van Rijn
Que lleva a mis ojos a dibujar taciturno por la habitación
Las huellas de cada dulce movimiento que has dejado flotando.

Mi desasosiego a la orilla de tu inminente olvido
Se hace nudo en la soledad del viento de este día frío
Que me recuerda el calor profundo de tu respiración junto a mi cuerpo
Y la figura de tu pelo iluminado por la luz de una mañana triste
Mientras dormías y yo te observaba escuchando a las aves despertar.



viernes, 17 de junio de 2011


La fuerza del viento me saca a caminar en su susurro incesante lleno de añoranzas

Nød


Estoy harto de soñar con personas que no conozco, estoy harto de soñarte entre lágrimas en supuestas estúpidas aventuras, estoy harto de soñarte en escenarios apocalípticos, ¿tantas ganas inconscientes tengo de que el mundo se vaya al carajo? Ya no lo creo tan así, quizás sería el primer idiota en correr despavorido si así fuese, y es que es bueno temerle un poco a la muerte, es bueno temerte un poco a ti, temerme un poco a mí, temerle un poco a la vida, temerle al amor y temer tremendamente que Aleixandre no dejaba de tener un poco de razón: la destrucción o el amor, yo creo elegir lo segundo, pero lo primero quizás no es algo que se elige, la destrucción es inmanente a la vida, todo tiende a ello y titubeamos entre ambos puntos. Puede que tanta mierda se me acumule porque extraño hacer canciones bajo los árboles en días como hoy, extraño tu voz, me tropiezo ante la distancia, extraño las calles mojadas sintiendo  tu mano y callando ante tu sonrisa. Quiero un paraguas, quiero una funda, quiero zapatos y quiero viajar a Santiago.

jueves, 16 de junio de 2011

¿Qué significa ser antifilósofo?

“Burlarse de la filosofía es pensar verdaderamente” ya decía Pascal en sus Pensamientos, gran obra póstuma publicada en 1670. Siendo él mismo uno de los más grandes dialécticos de su época (sumando también a eso su  agudeza en el uso de la lógica que le valía la admiración de sus contemporáneos) ha de permitirse por tanto una aseveración de este tipo, ¿pero no es la dialéctica y la lógica aquello más menospreciado por los que tienen cierta actitud antifilosófica? Probablemente sí, pero tengo la impresión de que si se quiere hacer antifilosofía no podemos desprendernos de aquellas herramientas propias de la filosofía, más bien las hemos de usar en un sentido opuesto. Pero esto plantea un problema: ¿Cuál es el objetivo que le da sentido a la filosofía? Quizás sea bueno partir reconociendo que el concepto de antifilosofía se comenzó a gestar durante la Ilustración, contraponiéndose a aquellos que creían que el uso de la razón en cuanto libre era la única herramienta que aseguraría la emancipación del hombre, dándole el título de máximo tribunal al momento de determinar la validez de cualquier discurso, ya fuese político, ético, religioso, etc. Bajo esta idea entonces reconocemos que la antifilosofía ha de desbaratar esta tradición ilustrada, y podemos encontrar a lo largo de la historia un no menos importante número de pensadores que terminarán siendo considerados antifilósofos por su incansable tarea contra la adoración de la razón. Y cierto es que estos son tan variados que si nos damos cuenta termina siendo un verdadero problema el delimitar filosofía y antifilosofía. Podemos nombrar así a Pascal, Kierkegaard, Althusser, Nietzsche, Wittgenstein, Lacan, etc. cada uno ha de tener su innegable cuota de antifilosofía. Pero quizás los aspectos más distintivos de un antifilósofo han de ser: primero, cierta indiferencia ante la categoría de verdad, y segundo, la búsqueda por sustituir el acto de pensar por un nuevo acto radical.
La filosofía no ha hecho más que reprimir el espíritu del sujeto, atándolo a categorías, métodos y un sinfín de artimañas que le impiden desenfocarse de aquel objetivo carcelario que es la verdad, por esto, el acto radical del antifilósofo ha de ser siempre inmanente y nunca se ha de justificar desde un orden teórico, por ello es común que él escriba de manera fragmentaria o en nuevas formas de escritura. Esto no significa que la antifilosofía sea a-sistemática, no es esa la distinción fundamental entre filosofía y antifilosofía, sería más pertinente en cambio hacer una distinción de estilos. Para el caso de la primera podemos hablar de un estilo de tipo afirmativo que  va siempre unido a conceptos normativos. En cambio en la segunda el estilo expone la idea de la experiencia existencial crucial que determina a la razón y los conceptos, llevando la escritura a una mayor cercanía con lo literario y lo poético.

Ahora bien, se preguntarán a que se debe que escriba este breve comentario sobre antifilosofía para iniciar este humilde espacio en la web. La verdad es que no tengo motivos, no necesito motivos, pero me gusta pensar que es porque hoy se me vino a la cabeza la muerte de Emil Cioran, ya que el lunes que se acerca se conmemoran 16 años de aquel hecho, y es innegable que es él uno de los más grandes antifilósofos que ha dejado la historia, y si realmente la división entre la filosofía y antifilosofía no es más que un asunto de estilo, creo que en ese caso él es una eminencia a la hora de hablar sobre  ello. Cioran puso el dedo en la llaga de aquellos temas filosóficos largamente debatidos a través del tiempo con tan solo abordarlos desde su más profunda amargura, impregnando sus aforismos de una envidiable lucidez y de una agresividad visceral, pues escribió mezclando desesperación y estilo. Consideraba que existe una relación radical entre el ritmo fisiológico del hombre y su modo de escribir. El rumano agotó las posibilidades estéticas de sí mismo, hizo alarde de sus dudas y escalofríos con una intención indecisa entre la literatura y la filosofía devorándose así constantemente. En palabras de Savater, leer a Cioran es reasumir, una y otra vez, la experiencia de la vaciedad, lo que le da a su obra un estado de antigravidez y de liviandad  propicio para el autosarcasmo, la ironía y la sonrisa interior.

“El papel del pensador es retorcer la vida por todos sus lados, proyectar sus facetas en todos sus matices, volver incesantemente sobre todos sus entresijos, recorrer de arriba abajo sus senderos, mirar una y mil veces el mismo aspecto, descubrir lo nuevo solo en aquello que no haya visto con claridad, pasar los mismos temas por todos los miembros, haciendo que los pensamientos se mezclen con el cuerpo, y así hacer jirones la vida pensando hasta el final. ¿No resulta revelador de lo indefinible de la vida, de sus insuficiencias que solo los añicos de un espejo destrozado puedan darnos su imagen característica?”.

El ocaso del pensamiento